Artículo en la revista Psicología y Salud del COPG

SOBRE LA SEXUALIDAD FEMENINA Y LAS DINÁMICAS ACTUALES DE COMPROMISO ENTRE MUJERES

La Revolución Sexual iniciada a finales de los años sesenta del siglo XX no se fundamenta en una permisividad  que concierne a los papeles de cada sexo con nuevas prácticas sexuales, el uso de juguetes eróticos o la pornografía para mujeres. La también conocida como Liberación Sexual es, literalmente, una huida cultural de la reproducción que evoluciona hacia una autonomía femenina sin precedentes y con profundas consecuencias para una sexualidad masculina fuertemente institucionalizada. De ahí, los múltiples ejemplos de violencia de género que vemos con demasiada frecuencia en los medios de comunicación.

Los métodos anticonceptivos eficaces han implicado mucho más que el hecho de limitar los embarazos. La posibilidad de controlar la fertilidad de forma segura ha propiciado una profunda transición en la vida personal de la mayoría de las mujeres hacia los estudios superiores y el mercado laboral. Desde la comercialización y autoadministración de las píldoras anticonceptivas, podemos constatar en las estadísticas demográficas de cualquier país occidental cómo ha descendido drásticamente el número de matrimonios heterosexuales, mientras ha aumentado la co-habitación; como, también, ha descendido el número de hijos por mujer, pero ha aumentado el número de niños que nacen fuera de las uniones civiles y, especialmente, cómo crece el número de madres solteras, año tras año.

En el contexto occidental de las democracias liberales, la sexualidad femenina ha comenzado a descubrirse flexible, fluida y abierta a una diversidad de experiencias que hoy se conoce como una capacidad potencial más de los individuos de sexo femenino.

De hecho, el reconocimiento científico del orgasmo clitoridiano y, por tanto, del clítoris como centro del placer en la sexualidad de una mujer amenaza todavía a la institución heterosexual de tal forma que tanto Freud a principios del s. XX -con su patologización desde la Psicología al considerarlo fuera de lugar en una feminidad madura-, como algunos países africanos, donde se practican ablaciones a niñas, muestran formas distintas pero cruentas de socializar a las mujeres en los términos de lo que complace a los hombres antes de que puedan elegir por sí mismas. Todas las culturas han coincidido en identificar la sexualidad femenina con lo que complace a los hombres cuando, en realidad, el placer sexual para las mujeres es obtenible y dadivoso tanto de hombres como de mujeres.

El tema de las relaciones sexuales humanas se presume mucho más amplio e interesante que los confines del sistema actual de roles masculino – femenino.

En uno de sus experimentos, Ellen Laan (Lann, 1994), creó en un laboratorio una situación controlada que anulase toda posible influencia del contexto para evaluar y comparar la respuesta erótica, es decir, el nivel de excitación y deseo medido por sus síntomas fisiológicos: el flujo sanguíneo, las palpitaciones y la segregación de flujos de veinticinco mujeres heterosexuales, veinticinco mujeres homosexuales, veinticinco hombres heterosexuales y veinticinco hombres homosexuales expuestos a escenas de películas de sexo explícito entre hombres, entre hombres y mujeres y entre mujeres.

Los resultados fueron sorprendentes, las cincuenta mujeres que se autodefinían heterosexuales y homosexuales se manifestaban excitadas ante escenas de sexo heterosexual, lésbico e, incluso, gay.

Estos resultados contrastaban claramente con los recopilados entre los hombres: aquellos que se autodefinían homosexuales se mostraban excitados solo ante escenas de sexo entre hombres, no ante escenas de sexo entre mujeres y tampoco ante escenas de sexo heterosexual.

Los hombres que se autodefinían heterosexuales se mostraban excitados ante escenas de sexo entre mujeres y escenas de sexo heterosexual, pero no ante escenas de sexo entre hombres.

Los resultados de la investigación de la doctora en Psicología, Ellen Laan, ratifican con rigor científico, que la naturaleza de la sexualidad femenina es mucho más amplia y fluida que la sexualidad masculina.

Lo que hace que algunas mujeres quieran aventurarse sexual y emocionalmente con otras mujeres depende sólo de las oportunidades que encuentran y los tabúes culturales a los que deban enfrentarse. Y esto es algo que constantemente se está reinventando a medida que se suceden los cambios sociales en las democracias contemporáneas, aunque también es cierto, que las mujeres seguimos siendo más selectivas a la hora de elegir con quién, dónde y cómo queremos expresarnos eróticamente.

Al fin y al cabo, las argumentaciones de Koedt (Koedt, 1968) en El  Mito del Orgasmo Vaginal basadas en la importancia del cuerpo y el saber-placer de sus posibilidades que atisbaban razones principalmente psicológicas para dar cuenta de por qué la gran mayoría de las mujeres elegían a los hombres y excluían a las mujeres como parejas sexuales y la gran parte de la literatura que produjo este periodo del feminismo de la segunda ola en Estados Unidos entre 1968 y 1973 que discutía sobre la naturaleza de la sexualidad de las mujeres y el significado del orgasmo femenino, ya se fundamentaba en el rechazo de aquellas feministas a enredarse en lo que consideraban una división artificial entre lesbianismo y heterosexualidad.

Historias de amor homoeróticas y de matrimonios

A  lo largo de la historia ha habido hombres y mujeres que han llevado nuevos valores referentes al amor y la autorrealización hasta sus últimas consecuencias, ha habido parejas del mismo sexo que han construido sus vidas significativamente alrededor de un amor comprometido pero siempre fuera del matrimonio. No obstante, este ha sido uno de los rasgos característicos de las historias de amor homoeróticas, el tener que actuar como un grupo separado construyendo una historia puramente sentimental, sin más implicados que aquellas dos personas para gozar de intimidad fuera de la vista de parientes y colegas convenientes, sin obtener ventajas políticas o económicas –que, por supuesto, no serán las mismas dependiendo del género- y sin pretender por ello, obtener ningún tipo de respeto social.

Hace tan sólo diez años el Congreso de los Diputados aprobó la Ley que modificaba el Código Civil sobre el derecho a contraer matrimonio añadiendo un simple párrafo: “el matrimonio tendrá los mismos requisitos y los mismos efectos cuando los contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”. Pero al mismo tiempo también realizó una serie de matizaciones sobre la igualdad de los cónyuges en sus promesas de matrimonio:

Art. 66.- Los cónyuges son iguales en derechos y en deberes frente a  “el marido y la mujer son iguales…”

Art. 67.- Los cónyuges deben respetarse y ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia frente a  “el marido y la mujer deben respetarse…”

Art. 68.- Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente. Deberán además, compartir las responsabilidades domésticas y el cuidado y atención de ascendientes y descendientes y otras personas dependientes a su cargo frente a  “el marido y la mujer  están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente.”

Estas matizaciones semánticas llamarán particularmente la atención de quienes viven en relaciones homoeróticas porque estos principios de igualdad entre los géneros en la intimidad a los que apela el Código Civil en una forma del todo homologable con la democracia en la esfera pública, son valores completamente integrados y con los que se construye a diario la convivencia en las dinámicas de parejas homosexuales: una negociación de lazos personales entre personas que se consideran iguales. Por consiguiente, las mujeres han de batallar en las relaciones heterosexuales por la asimetría de los sexos y los desequilibrios de los géneros mientras que las mujeres en las relaciones homosexuales, por la simetría de los sexos y la semejanza del género, disponen de tiempo y energía para retroalimentarse en otras muchas cuestiones, por ejemplo, en placeres y voluptuosidad.

Desde la aparición de la ley que modificó el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio, resulta bastante apropiada la ocasión para analizar por primera vez los elementos más propiamente psicosociológicos de nuestro contexto actual: los procesos de asimilación que lanza el Estado, los procesos de búsqueda de coherencia de los individuos homosexuales y la función que cumplen los estereotipos con una revisión de las parejas del mismo sexo con o sin descendencia inscritas en el registro civil.

Un balance estadístico de estos pocos, aunque suficientes, años pasa por entrever en principio una tendencia semejante a la observada en los resultados definitivos del censo de población 2001, aplicado a las primeras parejas de hecho del mismo sexo en las comunidades autónomas de Aragón y Navarra: 39% de las parejas de hecho fueron entre mujeres y el 61% de las parejas de hecho fueron entre hombres. De los 22.124 matrimonios civiles entre personas del mismo sexo que se han celebrado en España desde el acceso a este derecho hasta diciembre del 2011[1], el 65% corresponde a parejas de gais y sólo el 35% corresponde a parejas de lesbianas. Si además cotejamos los datos de los cónyuges del mismo sexo por la edad en que contrajeron matrimonio durante los primeros dos años de la aplicación de esta ley, observaremos, nada más y nada menos que el 80% de los matrimonios civiles entre personas del mismo sexo de más de cincuenta años eran parejas de gais y sólo el 20% de estos matrimonios civiles entre personas del mismo sexo de más de cincuenta años eran lesbianas, lo que subraya una clara diferencia de género a la hora de interpretar y ejercer el derecho al matrimonio dentro de una minoría declarada homosexual.

Tal tendencia viniendo de generaciones maduras evidencia experiencias de vida cualitativamente distintas a través de los cambios sociales y legislativos que se vienen produciendo en estas últimas tres décadas de incipiente democracia y que, sin lugar a dudas, están afectando, sustancialmente, más a las mujeres a favor de su autonomía que a los hombres,  por ejemplo, la ley del divorcio o la comercialización de los anticonceptivos orales.

Numerosas son las historias de mujeres maduras que estuvieron casadas, tuvieron hijos y separadas o viudas de un anterior matrimonio heterosexual, hoy, mantienen una relación afectiva con otra mujer. Confinadas en el ámbito privado a la propia satisfacción sexual y en el ámbito público a la realización personal, el derecho a pensiones de viudedad o el reconocimiento de los hijos, puesto que ya son mayores de edad, no influyen lo suficiente para plantearse formalizar legalmente su nueva situación de intimidad con un segundo matrimonio.

Inmiscuidas como están en una etapa de autoconocimiento y a sabiendas de que una relación estable y lograda es notablemente beneficiosa precisamente porque muchos de estos beneficios desaparecerían si trataran de volver a aquella norma social de que todo el mundo debería casarse para toda la vida, seguramente, en su nueva etapa y para marcar la diferencia con el pasado, ellas optarían por la pareja de hecho.

Sin embargo, para los hombres maduros cuya homosexualidad fue penalizada por la dictadura franquista con la aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes hasta la actual Constitución en 1978. Y reprimida bajo el enunciado de “delito contra el honor” en el Código de Justicia Militar hasta 1986  aleteando, en cierto modo, hasta el año 2001, cuando el servicio militar se postergaba obligatorio en España. Y, afectados, además, por el SIDA desde finales de los ochenta, con el prejuicio de la promiscuidad a las espaldas, el matrimonio vino a ser indisociable de exigentes expectaciones sobre la responsabilidad, como suponen las pensiones de viudedad, la posibilidad de adoptar hijos o de regularizar a amigos y amantes extranjeros. Además, el matrimonio ofrece a la gente una terminología y una imagen pública positivas, que fijan pautas claras no solo para la conducta de la pareja sino también, para el respeto que los demás deben manifestar por esta relación.

No obstante, al hacer otro corte generacional en los datos de matrimonios del mismo sexo celebrados en el año 2010 entre cónyuges de 25 a 39 años, ya no encontramos apenas ninguna diferencia cuantitativa en relación con el género, de hecho, la mitad, 49,8% fueron gais y la otra mitad, 50,2% lesbianas. Ha bastado una generación para lograr la homogenización entre sexos dentro del colectivo.

Este cambio de actitud hacia el matrimonio por parte de las lesbianas jóvenes en comparación a las lesbianas maduras, es, en cualquier caso, además del posible resultado de las representaciones previas que sobre ellas mismas tienen gracias a series de éxito internacional como The L World, LipService, Sugar Rush o los personajes de Maca y Esther o Pepa y Silvia en las españolas Hospital Central y Los Hombres de Paco. Es la opción de elevar a compromiso oficial, posibilidad poco antes inexistente o mejor dicho, negada a este tipo de relaciones, que se está reinventando en un acto de activismo romántico y constituye una auténtica revolución en los países occidentales.

Cada vez más mujeres eligen casarse con otra mujer y cuando se deciden a ello, lo hacen más jóvenes  que sus coetáneas heterosexuales. Hoy, las españolas se casan a los 34 años y son madres a los 32,3 años. En otras palabras, se están casando literalmente con el padre de sus hijos tras haber  experimentado la convivencia y el reparto de responsabilidades. Las mujeres que se autodefinen como homosexuales y bisexuales, en cambio, apuestan por la compañía de otras mujeres a largo plazo sobre una base puramente humana, sin hijos, sin dependencias más allá del amor y la afinidad con esa persona, porque el matrimonio, pese a ser hoy más frágil que nunca, continúa siendo la más elevada expresión del compromiso que existe en nuestra cultura.

CONCLUSIÓN

La emancipación económica y la reivindicación del placer vienen de la mano. La sexualidad femenina liberada, por primera vez en la Historia, del apego a la reproducción, se viene desarrollando en paralelo a los métodos de contracepción más modernos y las técnicas de reproducción asistida. Los ideales del amor romántico que han influido más y durante más tiempo en las aspiraciones de las mujeres que en las de los hombres, se están materializando en cierto modo, en los compromisos activos y radicales que constituyen los matrimonios de las lesbianas. Si bien podemos interpretar los datos estadísticos como tendencias de la población actual y sus valores, al hacer un análisis contextualizado de los datos cuantitativos de esta primera década en cuanto al número de bodas registradas en el ámbito nacional podemos constatar in crescendo el número de matrimonios de mujeres. La sexualidad femenina se despega irreversiblemente del desmedido predominio de la experiencia sexual masculina.

BIBLIOGRAFÍA

Giddens, A. (1998) La transformación de la intimidad. Madrid: Cátedra.

Koedt, A. (1968) El mito del orgasmo vaginal. New York: Radical Women

Gerhard, J. (2001) De vuelta a “El mito del orgasmo vaginal”: el orgasmo femenino en el pensamiento sexual estadounidense y el feminismo de la segunda ola. Rev. Debate Feminista, v. 23, p. 220-253.

Laan, E. et al. (1994) Women’s sexual and emotional responses to male and female-produced erotica, Archives of Sexual Behavior 23 (2), 153-169.

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Estadísticas de elaboración propia a partir de la base de datos del Instituto Nacional de Estadística

[1] Censo total de la población 2011, Instituto Nacional de Estadística

 

Para leer el artículo en su publicación original:

https://copgalicia.gal/system/files/PDFs/xerais/anuario_psicoloxia_e_saude_8.pdf

 

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